Desde su invención, la fotografía desplegó una especial atención por las ciudades. Sus primeros representantes, aquellos que empezaron a experimentar con las nuevas posibilidades de captura y revelado de la imagen, dirigieron su mirada a los centros urbanos que crecían y se reconfiguraban rápidamente con el avance del siglo XIX. Tal fue la importancia que cobró este nuevo medio en el afán de registrar el desarrollo de las ciudades, que el gobierno francés creó el primer proyecto público de catalogación fotográfica para edificios de carácter patrimonial e intangible en París.
Fue así que con la llegada de la modernidad, los avances tecnológicos y el establecimiento de la fotografía como medio de expresión, que el paisaje urbano fue inundando las salas de exposición de galerías y museos, atrayendo la atención de las grandes editoriales, y apareciendo en los álbumes familiares de fotógrafos aficionados. Todo este extenso flujo de producción, conformó un compendio de documentación y memoria visual de tal envergadura, que fue -y es- ampliamente estudiado por arquitectos, sociólogos, urbanistas y gobernantes, para el rediseño de las ciudades y la creación de nuevas localidades.
Es en esta línea de valoración de la imagen fotográfica urbana, que no podríamos dejar de cruzarnos con el trabajo del italiano Gabriele Basílico (Milán, 1944 – 2013), quien se convirtió en uno de los fotógrafos que mejor supo documentar y analizar los estrechos vínculos entre fotografía, arquitectura y la ciudad. A lo largo de su carrera, desarrolló proyectos que se centraron en las ciudades y la manera cómo éstas se transformaban. Su primer proyecto, titulado “Milán, retratos de fábricas”, es un catálogo de imágenes de la periferia milanesa, que representa la reconfiguración de un paisaje urbano que durante años pasó inadvertido. Así, Basílico viajo durante décadas por diferentes ciudades europeas y del medio oriente, visibilizando y estudiando procesos de cambio que obedecían a diferentes fenómenos sociales. Posteriormente, Basílico sería invitado en 1963, a formar parte del ya histórico D.A.T.A.R, otro excepcional proyecto creado por el Ministerio del Territorio de Francia, para realizar un registro que observara la evolución del paisaje contemporáneo francés.
Esta aparente pero innegable relación -concreta y objetiva- entre la fotografía y la ciudad, orientada a la documentación, a lo académico, y a su utilización como herramienta del urbanismo, se puede revisar también, desde una dimensión más terrenal y humana, de acuerdo a necesidades naturales que el individuo va formando en su vida cotidiana. Aquel paisaje de la ciudad puede observarse para interpretar la distancia que separa lo real de sus representaciones, presentándose así como una metáfora de la sociedad, en términos de aceptación de nuestra historia reciente, y de nuestra activa responsabilidad como habitantes del espacio urbano.
Carlos Caamaño