Desde su invención, la fotografía miró con atención la escena urbana. Hoy han pasado más de 150 años y esa mirada ha impulsado una de las fuentes de producción artística más importante del arte contemporáneo: la ciudad.
Pero el recorrido ha sido largo, tanto para el género como para el desarrollo de la urbe. Aquel registro documental que inicialmente se limitaba a dejar constancia de la arquitectura, se ha convertido hoy en un complejo lenguaje sobre la percepción de la vida de los individuos y su interrelación con el espacio que los rodea.
Y es que en ese amplio trayecto, la configuración de la ciudad cambió radicalmente, más aun quizás que la fotografía. Hoy hablamos de centros urbanos, megalópolis habitadas por millones de personas y en donde la cotidianeidad parece haber colapsado ante la inminente densidad de “vida”. El espacio nuestro se ha cercado, la ciudad se ha cerrado y este encierro parece estar moldeando una nueva enfermedad, otra de las tantas surgidas en esta era: la “claustrofobia urbana”. Al igual que la claustrofobia psíquica, este trastorno citadino presenta síntomas de ansiedad y es nociva para la salud física y mental del hombre. Aquel miedo intenso, en estado vulnerable a las consecuencias de estar en un lugar cerrado se puede llevar ahora a la gran escala de la dimensión que habitamos. Y se puede también encuadrar o ¿ampliar? a una escala fotográfica, no solo bajo su condición de poseer una porción de tiempo sino sobre todo de espacio, aquel en el cual ya cabe casi todo. Tanto así como el lugar hipermoderno, el de un sujeto sin tiempo ni espacio: el de la CIUDAD CONTENIDA.